¿Cómo influye tu forma de vestir en el trabajo?

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Una mirada más larga de la cuenta, un guiño amable, una posición corporal cerrada… Todos sabemos lo que significan estos gestos, porque todos tenemos unas nociones mínimas que nos permiten descifrar los códigos del lenguaje no verbal. La vestimenta forma parte de ese lenguaje desde tiempos inmemoriales. No en vano, es uno de los aspectos que más define la imagen de cada persona. Y, aunque el hábito no hace al monje, casi.

Vivimos tiempos en que los códigos de vestimenta se están rompiendo. O, mejor dicho, se están redefiniendo. Las viejas reglas ya no valen para un mundo que es muy distinto al anterior (en realidad, a los anteriores) en terrenos como el género (donde hoy reina la fluidez), las clases sociales (bastante difuminadas en lo referido al aspecto) o los convencionalismos laborales (en un panorama dominado por el teletrabajo).

Ahí está la corbata como paradigma: de representar el súmmum de la elegancia masculina en la oficina a desprender un cierto tufillo a rancio. Pero hoy sigue siendo obligatoria para millones de personas en todo el mundo, lo cual plantea que, en efecto, la vestimenta profesional no siempre depende de nosotros. Sin embargo, hay maneras de utilizarla con determinados fines: para reforzar un mensaje, ganar confianza o diferenciarse de los demás de un modo sutil o no tanto.

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