Las confesiones del productor musical Javier Limón: "Eurovisión es horroroso"

Javier Limón (Madrid, 1973) es la risa con patas, y basta un vistazo a su móvil mientras busca una foto para comprobar que ahí hay material para varias novelas. “¡Pon en el titular que soy el Villarejo de la música, que me ha gustado el mote!”, suplica. Limón ha compuesto y producido música para artistas como Paco de Lucía, Caetano Veloso, Alicia Keys, Enrique y Estrella Morente, José Mercé, Bebo Valdés, Andrés Calamaro, Diego El Cigala y Alejandro Sanz. Ha compuesto y grabado cuatro álbumes, es autor de varias bandas sonoras y tiene diez premios Grammy. Todo eso ha conseguido ordenarlo y plasmarlo en un libro,'Limón. Memorias de un productor musical' (Debate), que se presenta este miércoles en el Ateneo de Madrid.

Limón empezó Ingeniería Agrícola, trabajó como financiero en Mapfre y habla de todo y casi todos. Sin filtros. “Si hablamos de ritmo, el del reguetón ya estaba en África hace 500 años. Si hablamos de letras un poco sexistas y no muy buenas, es la música mala que siempre ha estado ahí. ‘Mami qué será lo que tiene el negro’, Aquí no hay playa, vaya vaya. Opá, voy a hacer un corral, tengo un tractor amarillo. ¿Todo esto qué nos parece? Siempre ha habido canciones para tomarse una copa y pasar un buen rato. Supongo que a las tres de la mañana, después de 80 tequilas, entra bien el ‘Despacito’. A ti te puede gustar más el jamón de york que el ibérico, pero sabes cuál es el mejor, porque tiene cualidades incuestionables”.

Es un torbellino que acelerará tras los dos cafés solos que se toma durante la entrevista. Luego comerá y tendrá enfrente a otro periodista. Viene de dar un paseo con su madre o más bien de ir detrás dada la velocidad con la que camina. “Es como Forrest Gump pero en onubense”, dice de ella.

PREGUNTA: ¿Qué necesita uno para ser buen productor, látigo o mano izquierda?

RESPUESTA: Con respecto a los artistas hay una ecuación matemática incuestionable: cuanto más grande, más humilde. Es algo que siempre se me ha cumplido. Y no me refiero a ser famoso o rico, me refiero a grande de verdad, en esencia, como ser humano y como artista. Son los más conscientes de la cantidad de cosas que no saben.

El productor tiene que ser un arquitecto que debe asegurar que tecnológicamente la casa no se cae, que algo suena bien y está bien grabado. Por otro lado debe garantizar que esa casa es bonita, que es un buen disco que artísticamente tiene valor. Y claro, debe cumplir con el presupuesto. Yo no puedo poner las paredes de oro ni que Stevie Wonder venga a hacer los coros porque no tengo dinero para pagarlo.

El productor es un arquitecto que debe asegurar que tecnológicamente la casa no se cae

P: Cuando aparece su nombre siempre se mencionan los grandes nombres a los que ha acompañado. Enrique Morente, Paco de Lucía, Alejandro Sanz, Andrés Calamaro… ¿a quién le hubiera gustado producir y no pudo ser?

R: Muchos. Si hablamos de muertos, Camarón. ¿Vivos? Manolo Sanlúcar, al que no conozco personalmente. Americanos me encantaría producir a D’Angelo, Billie Eilish, Anderson Paak y Avishai Cohen. Españoles a Zahara, Anni B Sweet y a Jorge Drexler. ¿Más obvios? A C Tangana, Nathy Peluso y Rosalía.

P: ¿Por qué este libro?

R: Creo que lo he hecho porque ha habido un punto de inflexión muy rotundo en mi vida. Hasta ahora yo era un artesano solitario, pero mis dos hijos ya empiezan a ayudarme. El mayor ha hecho los arreglos del último disco de Alejandro Sanz y el pequeño, aunque solo tiene 15 años, ya está ahí. Esto ya es una empresita familiar. Y el otro motivo de este libro es que yo antes era el joven de la pandilla, con Paco, Morente, Sabina, Serrat, Bebo y ahora soy el mayor de todos. Necesitaba ordenar ese cambio, todo lo que ha ocurrido en estos años.

P: Cuando recibí la información del libro lo primero que pensé es cómo se pueden escribir unas memorias siendo tan joven…

Las confesiones del productor musical Javier Limón:

R: ¡Claro que sí! (sonríe)

P: … y si no le produce cierto hartazgo que parezca que su vida profesional se limita a una sucesión de anécdotas geniales con artistas geniales. Como si en su día a día no hubiera trabajo gris, tedio…

R: Siempre le digo a mi hijo que no conocerá a nadie que trabaje más que yo ni a nadie que se lo pase mejor. El domingo curré como un animal: hice cuatro videoclips, mezclé un disco entero de tango argentino y me escribí dos letras. Luego me bebí una botella de tequila entera y vi cómo Tom Brady volvía a perder en cuartos de final en la liga de fútbol americano con 45 años. Se puede trabajar mucho y disfrutar mucho. Puede haber cierta sensación de que estoy siempre de cachondeo, pero la verdad es que es cierto.

Le digo a mi hijo que no conocerá a nadie que trabaje más que yo ni a nadie que se lo pase mejor

P: Si dice que trabaja todos los días del año, ¿cómo son los que le rodean? Usted es hijo, padre, pareja, amigo… afirmó en una ocasión que la primera vez que cenó con su hijo mayor éste tenía 11 años.

R: Ese hijo cumple 20 años el cinco de febrero y ese día no podré estar con él, pero desde hace diez años hago siempre la cena en mi casa y recojo la cocina. Y me lo curro, ¿eh?, que a veces me pongo a picar la cebolla a las diez de la mañana. Es cierto que en la infancia he estado poco presente, pero en la adolescencia estoy mucho, más de lo normal.

P: Justo cuando ellos habrían querido que no estuviera…

R: Sin duda. Llevo 30 años con mi mujer y creo que nos lo hemos currado mucho para hacer de esto una familia bonita. Hace años decidimos mudarnos los cuatro a Boston y eso requiere cierta confianza en el proyecto que tenemos. Pero mira, me acuerdo de que recién llegados a EEUU, como no había pasado nunca tanto tiempo en casa, pasados dos meses vino Eva y me dio 1.000 dólares, un billete de avión y una reserva de hotel en Nueva York. Le pregunté: “¿Pero tengo concierto, entrevista? Que se me ha olvidado”. Y me dijo: “No, pero vete que no te puedo ver más la cara”. (Carcajada).

P: Estudió para hacerse ingeniero agrícola, aunque abandonó rápidamente aquello…

R: Sí, sí, y ya te digo que Alberto Garzón tiene razón. Te doy tres datos: los cerdos tienen dos metros de cubículo para vivir, los pollitos tienen 55 días desde que nacen hasta que llegan al mercado, enfocados directamente con una luz para que no duerman y sigan comiendo y engordando, y al ganado vacuno, antes de ser sacrificado, se le inyecta el doble de su peso en agua intramuscular para tener más kilos de carne. Ése era el temario oficial de universidad politécnica cuando yo estudié. Otra cosa es que podamos ser todos alimentados sin hacer eso, ahí ya no me meto. Pero que el ministro tenga razón cuando dice que en algunas explotaciones los animales sufren muchísimo, ya te digo yo que sí. Pero podría haber sido ingeniero como jesuita.

P: De hecho quería ser Papa. Ahí, picando alto.

R: Sí, sí. Quería estudiar Teología y Filosofía en Sevilla. Pero estudié ingeniería agrícola porque me daba pereza inscribirme, lo hizo mi madre por mí y puso las preferencias por orden alfabético. En Aeronáutica no me daba la nota y la siguiente era Agrícola, donde entré. Ahí estaba toda mi vocación. Estuve allí un tiempo porque siempre se me dio bien estudiar, pero la música era una necesidad.

P: Siendo una persona festiva, ¿cómo es posible que eligiera el oboe, con lo tristón que es?

Cuando estaba en séptimo de EGB quería entrar en el conservatorio, y si escogías el piano no te iban a coger porque lo quería mucha gente. Fui con mi madre al cine que estaba en la Plaza de Ópera, porque el conservatorio estaba en el Teatro Real, y vimos ‘Amadeus’, donde hay una escena con un oboe. También era la época de ‘La Misión’, y es el instrumento que toca Jeremy Irons en una catarata. Claro, entre una película y otra, lo tuve claro. Es uno de los sonidos más bonitos que existen, como toda la familia de las maderas, pero son instrumentos creados para el barroco, muy complejos, sin repertorio actual. En el jazz, por ejemplo, no hay oboístas. Tú no llevas un oboe a un bar.

No hay industria más saneada por la digitalización que la música. Es el contenido número uno

P: Hablemos de cosas que han tenido impacto en la industria de la música, como la digitalización. Usted decide si ha sido buena o mala…

R: Buenísima, maravillosa. En los 2000 había una crisis brutal en la música con todo el mundo perdiendo dinero porque había llegado la piratería. Hoy no existe y nadie se ha parado a analizarlo. La industria se dio cuenta de que había un negocio mucho más fuerte que se anticipó veinte años antes: el videojuego. Si te bajabas el ‘Clash of Clans’ pirata, te quedabas sin tesoros, así que nadie se podía arriesgar.

No hay industria más saneada por la digitalización que la música. Es el contenido número uno. Se escucha más que nunca y en todas partes. También se decía que la música en televisión no interesaba y ahí están los documentales de Nina Simone, George Harrison y Whitney Houston. ¡Coño, resulta que a la gente le gusta el jamón, que no es idiota!

P: Cuando había piratería también se hablaba mucho de los derechos de autor.

R: Creo que son un derecho fundamental que costó mucho conseguir. Y hay dos tipos de países: Alemania Canadá, Francia, Suecia, donde son muy protegidos; y Zimbabwe, Rusia, donde no lo son tanto. Tenemos que decidir a cuál nos queremos parecer. Yo prefiero jugar en la primera liga. ¡Es que suena muy bien lo de propiedad intelectual! Siempre me han hecho mucha gracia los que piden que la música sea gratis. Como si el modem, el ordenador o el operador no lo pagaran.

P: ¿Le gustan los concursos de cantantes en televisión?

R: No me gusta nada La Voz, ni Operación triunfo ni Eurovisión. Ni que compitan por ver quién lo hace mejor ni los estilos musicales que salen ahí. Estos días hay una polémica porque a una chica (Luna Ki) no le dejan utilizar auto-tune para ir a Eurovisión. ¡Pero deja a la chiquilla que lo lleve! ¡Qué más dará, si todo lo de Eurovisión es horroroso! ¡Si hemos llevado a Chikilicuatre! Por no hablar de que el rango musical de ese festival es minúsculo. Podrías cambiar las canciones de país y daría igual. Salvo el idioma o que metan una balalaika para que suene más auténtico en Rusia, por ejemplo. Es todo pop comercial de andar por casa. O un baladón o ‘Europe is living a celebration’, tiene cojones.

El rango musical de Eurovisión es minúsculo. Podrías cambiar las canciones de país y daría igual

P: A Boston se fue para ejercer la docencia. ¿Qué tal se le da?

R: Por si nos desviamos a ese asunto, creo que analizar Estados Unidos es un asunto muy delicado. Es como decir que en Europa se come bien y se viste mal.

Hay varias maneras de dividir el país: las costas y el centro, porque no tienen nada que ver Bosto"n con Nebraska; el mundo latino y el anglo. Vivo en una ciudad muy demócrata, en una town que es Brookline, donde estudió Kennedy, muy progresista, que tiene la primera piscina pública que se hizo en Estados Unidos, así que no soy representativo de nada.

Fui a Estados Unidos a presentar el concierto honoris causa de Paco de Lucía, me ofrecieron ser visiting artist durante un año, me acabé quedando dos, pedí la green card y me quedé. Más que Estados Unidos, me gusta Boston. Es una ciudad que me ha reeducado en muchos aspectos. Yo no podría vivir en Miami ni en Los Angeles.

P: ¿Qué sensación le produce salir de su ecosistema y leer las noticias?

R: Está claro que la democracia tiene fallos, pero no hay otra alternativa. Tenemos que hacer lo mejor que podamos con lo que tenemos. Yo nunca he conocido a nadie que haya votado a Donald Trump, pero también se decía que iba a ser la hecatombe, que si el muro… ¿Y el muro dónde está? Además, le han echado a los cuatro años. A mí me hubiera gustado que fuera presidenta Elisabeth Warren, o Michelle Obama, pero es que ella no quiere. De Estados Unidos me preocupa más el machismo que el racismo.

P: Volvamos a la música. ¿Alguna vez un artista ha tocado a su puerta y le ha dicho que no?

R: Sí, pero no te puedo decir quién es.

P: ¿Hombre o mujer?

R: Hombre. Muy importante, es top five ever, y sigue vivo. Te lo digo en cuanto apagues la grabadora.

P: Usted ha trabajado con Alejandro Sanz, mi ídolo desde 1991.

R: ¿Quieres que se lo diga?

P: No, pero dígame que es tan majo como suena en mi cabeza.

R: Majísimo, es muy buena persona. Lleva ahí 30 años, sigue reuniendo a 40.000 personas en un concierto, ayuda a muchísima gente sin necesidad de decirlo y lo que más le gusta es comer jamón.

P: Ahora sí que apago la grabadora.

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